La difícil integración del paisaje artificial, construido en la mente del autor, con el paisaje natural, recreado en el lienzo del pintor, nos permite descubrir múltiples miradas en los paisajes de Foncanetti. El mismo, o sus casi imperceptibles personajes encaramados en riscos o apaciblemente sentados a la orilla del agua, nos acercan a lo que podríamos definir visiones-paisajes.

Una mirada subjetiva, matizada, un gusto por el detalle, por los añadidos del observador naturalista, referencia el mundo de la pintura flamenca con inesperadas luces. La invención del paisaje le permite su construcción quimérica con factura suelta y ligera en sus acuarelas y más elaborada en sus tablas.

Y su casi obsesión por el oficio de pintor, su reincidencia en las texturas, en lo matérico, nos aproxima de nuevo a una mirada entrelazada. La mirada de los bodegones. Una mirada basada en la maquinación de los pigmentos, en la composición sencilla y lineal y en la minuciosa ejecución que rememora el hacer pictórico del mundo barroco.

Realidad o ficción o ambas cosas al tiempo definen los retratos de este autor incapaz de saltarse un plano. Mientras la mirada quieta de sus personajes parece ausente, el fondo define y complica la obra. El tiempo parece detenerse en ellos, a excepción del Rodrigo apacible, quizá el menos apacible de sus retratos.