MIRADA EN AZUL"
En el fondo de este azul
resuena el mar.
Como suspendida
la noche
en el blanco de la espera.
Albert Ràfols- Casamada
Vi el azul en la perenne nieve que me llama desde la infancia. Descubrí su intensa corporeidad en las manos cuarteadas de los viejos, en el crepúsculo incandescente de una tarde de verano cuando las golondrinas tejían jerséis para el aire. Me asomé a sus cumbres desde cuyas atalayas oteé el mar que no tenía mapas. Me ahogué en su belleza como en un dolor antiguo que se aferrara a mis manos.
Todo era azul. Los ojos de la agonía y del cansancio, el del lecho fatigado del agua, la aurora varada en los ojos de un beso. El miedo a la oscuridad frágil y desamparada de una noche donde el azul cuelga de los jirones de su opacidad.
Vi el azul en el mancillado cuerpo de la soledad, en la trémula malla del vientre de las adolescentes y en el osario del tiempo sin tumba. Todo es azul porque todo su esplendor contamina y alumbra la eternidad. En el mar como lamento que se hace y deshace en espuma, en la música estridente del ardor sumiso de las olas que saltan a la comba con las llamas dormidas de la oscuridad, en los barrancos de la noche donde la luna es un espejo espumeante donde se miran las caracolas. Nada es más azul que esa zozobra que atenaza la costa y sangra en los acantilados.
El azul es la barca donde navega la mano de un pintor que tiene el espíritu impregnado de salitre y el azul en la memoria del horizonte de su mirada. Una barca sola con la que navega en la opaca luz de los amaneceres y entre los flecos de las noches que arriban heridas y fatigadas. La misma barca con la que nos lleva mar adentro para amortiguar el perenne estertor del tiempo. Ahí donde brinca el agua y se hace realidad tangible todo su universo de blancos cincelados por el azul más intenso que se pueda soñar. Todo un azul exuberante que concentra todos los azules que puedan existir o ser inventados. El mismo color que anida en sus ojos que posa sus sentimientos sobre una tela, como se posa una mariposa sobre la frágil flor de la belleza.
Vi el azul en los ojos desorbitados de los niños que amamantaban las madres de la desesperanza. En el ocaso de una estrella que perdía el brillo en los adoquines de mis pasos.
Azul en la membrana nívea de un inmenso dosel donde el blanco refulge en los ojos dormidos de los muertos. Azules en los amaneceres bruñidos y en los fatigados atardeceres. Allí donde el horizonte se llena de cuencos que recogen las virutas de la memoria.
Todos los rostros de los muertos tienen un azul cerúleo en su cara. Es el color del adiós y del lamento, el del dolor más intenso y profundo.
Cada pincelada de azul es un tajo, una puñalada en el centro del universo. Nadie muere en blanco, sino en el adiós que se pinta de azul para alumbrar la oscuridad del desvalimiento.
No hay más color en el mar que el inmenso e inconmensurable azul de su piel de agua.
Ceferino montañés
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