Cualquier acto cultural suele ser una buena noticia, pero la apertura de un museo de arte contemporáneo, no monográfico, que además es el primero de esta naturaleza en Aragón, constituye un acontecimiento ciertamente excepcional. Por ello, y a pesar del dolor que me produce la ausencia de Salvador Victoria en un momento tan emocionante, tengo que decir que me siento muy orgullosa , al menos tanto como se sentiría él si estuviera con nosotros, al contemplar su obra y la de sus compañeros expuesta en el Antiguo Hospital de Gracia de Rubielos, restaurado con tanto cariño y esmero bajo la atenta dirección de Antonio Pérez.
Añadiré que estamos ante la coronación de un proyecto surgido durante el verano de 1992, por iniciativa de Ángel Gracia, ya alcalde de esta hermosa villa, y largamente madurado con la participación de mucha gente en el curso de los más de diez años transcurridos desde entonces. En efecto, este hermoso museo es fruto de una sorprendente labor colectiva, por partida doble: en primer lugar la colaboración de todas y cada una de las personas que han permitido que el proyecto de habilitación de este noble edificio llegue a buen puerto; y en segundo lugar, la generosidad de los artistas o de sus familiares que han donado sus obras para acompañar a las de Salvador, formando así un conjunto generacional que evidencia lo que les unía, profesionalidad y solidaridad.
En definitiva, creo poder afirmar que tan importante como las aportaciones económicas ha sido el voluntarioso interés de unos hombres comprometidos con su tierra y con el arte para la materialización de un proyecto que Salvador había acogido con un auténtico entusiasmo, pero que su prematura desaparición en junio de 1994 le impidió realizar. Ahora bien, si Salvador hubiera vivido, la realización de este Museo también sería un hecho porque él, y voy a recoger la feliz expresión de Julio Llamazares hablando hace pocos días de César Antonio Molina, tenía la tenacidad de los pesimistas que le impulsaba a ir hasta el final de sus propósitos.
