Entre los músicos y sus instrumentos, o entre los fotógrafos y sus cámaras, siempre hay una relación de amor con todas sus dinámicas: atracción, pasión, apego y, a veces, hasta una ambivalencia de amor-odio. En ambos casos, el instrumento o la cámara llegan a ser casi una extensión de sus cuerpos, con la única diferencia de que el fotógrafo tiene la capacidad de captar en una imagen el instante mágico de un encuentro fortuito para inmortalizarlo en una dimensión atemporal a través de la fotografía. Herramientas de trabajo, mediadores entre el músico y la gloria intangible de una canción; todos estos instrumentos, mimados o maltratados, guardan secretos.
A principios de la década de 1980, en Washington, D. C., el punk estaba experimentando una transformación de la que el fotógrafo Pat Graham (Estados Unidos, 1970), si bien adolescente, fue testigo de primera mano. Con su trabajo contribuyó a documentar una de las subculturas más influyentes de Estados Unidos.