La falta de pasado y futuro, la exigencia de un constante presente que se agota en cada segundo, definen el marco existencial del artista Eloy Arribas que, sin querer, se identifica con el punk. Y es que su actitud nihilista, hedonista, provocadora y urbanita no pueden sino responder a esa cosa contagiosa que se expandió en la segunda mitad del siglo XX, fruto del hastío a nivel político y vital. Ciertamente, las circunstancias han cambiado, sin embargo la sensación de cansancio y la necesidad de respuesta al statu quo, permanecen.
La “Bonita demolición” que nos propone en este caso, refleja esa idea destructiva y estética tan características del punk. Centrémonos en la epidermis: si todo es mera apariencia y de ella depende la aceptación social, si la moral no se apoya en nada, si el proyecto de vida en que nos han educado no es posible y si escenario de la existencia no es sino teatro; apuremos la belleza, explotemos el aspecto, decoremos la capa superficial para vivir en el presente y mantenernos en un precipicio constante que nos impida una caída eterna en la mediocridad. Aquí no caben las tonalidades del gris: frente al fondo de oscuridad, resplandecen los colores y centellean las luces -exactamente igual que en una discoteca- hasta cegarnos. Y no nos importe si para este goce estético continuo nos servimos del alcohol o las drogas, ellas nos permitirán una otra vivencia. Siempre más allá, siempre frágil y fulgurante, como el sexo.
Desde la mirada joven, la situación parece fruto del fracaso de nuestros mayores y de una gigantesca estafa de la que somos víctimas y por la que no podemos demandar nuestros derechos: no se nos deja vivir, se nos obliga a producir y consumir en un perpetuo estado represivo. Hemos llegado tarde, sólo nos queda firmar el testamento.