Existe una inquietud superior al afán de lograr una obra concreta: es la búsqueda permanente de un estado fértil y sensible, sin una ubicación clara en sus principios ni mecanismos, técnicas o procederes que no sea necesario reinventar de cada vez. Llamo primitivismo a ese estado de principio permanente; el recomenzar del que habla Heidegger unido al valioso ejemplo de cuantos percibieron calor latente bajo la apariencia exangüe de las cenizas.
Una fuerza interior empuja los comienzos, pero se va perdiendo con su asentamiento seguro, por muy efectivo y magistral que sea su producto. Me pongo en guardia con mi propio manierismo y procuro ir al principio aquel para materializar, en su espíritu, la última obra como si fuese la primera, fruto de los felices primeros pasos. Pero en este trabajo abundan errores y tentaciones como el de querer resucitar algún exitoso momento pasado, que ya pertenece a una inconsciencia y una energía irrecuperables.
La tarea diaria se desarrolla en el único y estrecho territorio de un pequeño planeta propio que tiene su cielo ideal e inalcanzable, mientras en las profundidades de su magmático suelo late un querido sueño.
Melquiades Álvarez