Tras la era de la hegemonía de la razón, la corporeidad ha adquirido un relieve insospechado. En la posmodernidad en que vivimos el límite sólido del cuerpo ha dejado espacio a la modernidad líquida, donde los cuerpos disueltos y sin límites se vacían, pierden su identidad.
En contra de esta dinámica se desarrolla esta muestra, defendiendo que toda experiencia consciente requiere un cuerpo. El hombre vacío e incapaz de narrarse trata, desesperada e ilusoriamente, encontrarse a sí mismo en un mundo en que todo es ya, en este instante; en un tiempo de multipresencia, de fragmentación y de saturación.
Como reacción a lo anterior, en estas pinturas se narra la historia de cómo nuestra conciencia es indivisible del cuerpo y de la percepción. Cualquier experiencia está inevitablemente conectada con el cuerpo y éste es inseparable de nuestra identidad personal y social. El cuerpo y el mundo son co-emergentes. El yo siempre está corporeizado.
La obra se percibe como un ser corpóreo total. El cuerpo permite discernir lo externo de lo interno, el adentro del afuera, el soporte de la pintura. La exposición exclama que vivimos en la corporeidad, y que nuestras experiencias y nuestra concepción del mundo están mediadas por la condición histórica y objetiva de esa misma carnalidad humana.
Las pinturas de Angélica Sos son cuerpo, se muestran, se realizan y se experimentan a través de su corporeidad. Cuerpos, formas como receptáculos de sensaciones, valores, virtudes y cualidades estéticas y simbólicas que trascienden la dimensión anatomo-morfológica. Formas, cuerpos como fuente de narraciones y discursos, a partir de los cuales la autora crea una imagen, una representación significativa de aquello que es y de quién es.