No creo que me falle la memoria, no lo creo. En los periódicos, era muy difícil que apareciera, en los años sesenta, el nombre de los fotógrafos. Muy difícil. Y, absolutamente imposible, que apareciera en pie de igualdad con el «plumilla». Eso era así... si no te llamabas César Lucas.A los fotógrafos que en esa época comenzábamos nuestro peregrinar por periódicos, ya fueran clandestinos o «legales», nos daba mucha envidia César. Era profundamente innovador. Nos gustaban sus fotos y, encima, era reconocido por todos. Pronto empezaron a verse, en las postrimerías del franquismo, fotos que merecían la pena, que eran claves para entender el nuevo periodismo, que tenían el mismo sello de los buenos reporteros de Life y que, se veía, estaban imbuidas de esa necesidad de querer y saber contar en profundidad lo que ocurría en España. Y no hablo sólo de la política, que era el tema candente, sino de la vida misma, como bien podemos ver en este libro.César es el primer fotógrafo de la Transición de este país. Hubo muchos, y muy buenos, pero él ocupa la primera línea y marca territorio muy pronto. El primer editor gráfico que existe en prensa, en España, lo tiene el País en 1976, y es César. Y no sólo se limita a editar con sus criterios aquel periódico de los primeros momentos, creando, además, una imagen de los fotógrafos del diario que aún perdura, sino que se lanza a la calle y consigue imágenes como las de Montejurra, que dieron la vuelta al mundo, porque situaban la Transición española como fenómeno mediático de interés para todos, al mismo tiempo que hacían imparable lo que, en aquel entonces, se llamaba poder de la prensa. Poder que ayudaba a combatir con las fotos y las palabras un régimen antiguo y trasnochado, viciado de miserias.
Y César lo hacía desde el sentimiento de la alegría de vivir. Su labor no consistía sólo en ser un buen fotógrafo, había que parecerlo, y para eso era, además, único. Su entusiasmo y pasión por la fotografía lo demostraba siempre y, por eso, ha llegado al puesto relevante que ha ocupado todos estos años. Recuerdo una vez en Melilla, entre otras, que César me llamó para animarme, porque le había gustado, aunque me lo discutía, mi manera de entender aquel complicado conflicto de comienzos de los años ochenta. Ya no estaba en el periódico, pero siempre ha estado y está pendiente de todo lo que se mueve en el mundo fotográfico, experimentando, discutiendo, apoyando y dando sabias filípicas cargadas de experiencias y de ese sentido del humor que nunca le ha faltado. Ha sido un buen «ladrón» de imágenes porque buscaba hasta la saciedad la mejor manera de representar el mundo actual, procurando no copiarse a sí mismo y huyendo de encasillamientos amanerados tan comunes a esta profesión.
Y todo, desde la seguridad que produce la duda metódica, el no querer resolver, a no ser que fuera estrictamente necesario, el tema que tenía entre manos en un disparo sin conciencia. Siempre me dijo que el que disparaba muchas fotografías no sabía qué quería, y era verdad. Además, los motivos, por muy estáticos que pudieran ser, se desvanecían en la incongruencia del no saber qué se quiere hacer. Hay que tener paciencia en la prisa o pierdes la foto que significa, la que la hace diferente de todas. Por eso es tan buen retratista: porque mira, escucha y escudriña al personaje hasta que lo ve. Ahí no duda. Dispara y no abusa, porque si no, se escapa el «alma», se pierde la magia del momento, el famoso «instante decisivo» y ya no vale.Desde el Centro Andaluz de la Fotografía, desde la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, nos hemos comprometido con esta obra. Nos parece muy importante que hayamos hecho esta colaboración junto al Museo de Arte Contemporáneo de Madrid y la editorial Lunwerg. Es una iniciativa, un buen espejo en donde puedan refejarse los fotógrafos, sean periodistas o no y que ayuda a entender un lenguaje tan preciso como es el de la buena fotografía, de ahora y de siempre, máxime en momentos en que los discursos sobre el lenguaje fotográfico están perdiendo identidad a pasos agigantados, sobre todo en el mundo periodístico. Por ello es necesario una vuelta de tuerca más que muestre a las nuevas generaciones, por lo menos, dónde no hay que dejar de mirar y que, de paso, nos ayude a recordar y entender el país y el mundo en que vivimos.
Pablo Juliá Director Centro Andaluz de Fotografía