El amor y la palabra, ya sea la lectura o la escritura, suelen aparecer en la obra de Cayetano Romero. Pero no se manifiestan de manera tibia sino como lo que son: experiencias trascendentales y transfor
madoras para el ser humano, ámbitos de comunicación, descubrimiento, conocimiento y reconocimiento. Sus seres, los pequeños personajes que responden al nombre de iluminados, son siempre el soporte en los que se encarnan esas experiencias. No extraña entonces que la palabra, con su poder, los ilumine mientras se acercan y pululan por los rededores de un óculo que les comunica quizás con otra dimensión, con un mundo contenido en la literatura y la poesía que les irradiará como la luz que se halla encerrada en esos pedestales sobre los que se sitúan.
Esas palabras, esas lecturas que quedarán grabadas en la piel de estos iluminados, los marcarán literal y metafóricamente. Quizá esto y sólo esto sea lo que los distingue entre sí. La palabra, reforzada por la luz, actuaría entonces como una metafórica aurora del sujeto, un amanecer o despertar en la conformación y madurez del individuo.