La conciencia hace que nos descubramos, que nos denunciemos o nos acusemos a nosotros
mismos, y a falta de testigos declara contra nosotros.
Michel de Montaigne
Virgen de cualquier imposición moral, el ser humano nace libre, atento a sus propias pulsiones.
Pero, desde que toma conciencia, bajo el amparo de la estructura familiar, el individuo
inicia una búsqueda incansable para forjar su identidad. Un desafío extenuante que genera
luchas internas entre la realidad de uno mismo y la percepción que provoca, entre sus deseos
más íntimos y las exigencias del mundo que lo rodea, en una batalla sin fin que no da tregua
y sume al individuo en un estado de desasosiego y confusión.
Los instintos que nacen de las entrañas se ocultan en un proceso de socialización progresiva
donde los convencionalismos campan por sus fueros y los estereotipos autoimpuestos le alejan
de su auténtico ser. Renunciar al hombre básico y entregarse a un ideal va marcando la
personalidad del hombre y su relación con los demás a lo largo de ese recorrido fascinante
y lleno de dudas que es la construcción de uno mismo. Porque, por más que sequieran acallar,
los impulsos primigenios no desaparecen nunca.
Estos secretos profundos del ser asoman aquí a la superficie a través de la luz. Cual “pincel
que da forma a la fotografía”, el haz lumínico dibuja seres torturados por sus miedos, personajes
oníricos salidos del subconsciente que cristalizan esta realidad oculta en una serie de
aliteraciones basadas en el color y las formas. Un ejercicio de liberación que nos confronta
con nuestras mentiras y pasiones subrepticias, soterradas bajo la conciencia y la moral colectiva.