Sala Rekalde presenta en el Gabinete Abstracto la exposición de Helena Goñi incluida en el programa barriek 2017 destinado a mostrar los trabajos de la/os artistas que han disfrutado de las Becas de Creación Artística de la Diputación Foral de Bizkaia.
Riot a flor de piel
Julia Morandeira Arrizabalaga
“This is moshing in New York City. Young people out on the floor. Tell me how close we are to a riot”. Esta es una frase de Phil Donahue, mítico presentador en la historia de la televisión americana. Corría 1994 y el tema que animaba el programa eran los pogos, el stage diving y otras prácticas que comenzaban a popularizarse en los conciertos de metal por aquel entonces. Para la ocasión, los invitados eran jóvenes de estética metal y grunge y la banda Marilyn Manson, confrontados por las preguntas del presentador y las del público sentado frente a ellos; acusaciones de violencia, comentarios asustados y miradas de alarma por estos pasatiempos que los sentados en el banquillo de “los jóvenes” defienden. Este forcejeo de posiciones era típico en The Phil Donahue Show, que de hecho se caracterizó por ser el primer talk show que incluía la participación del público en programas temáticos dedicados a debates que levantaban ampollas entre conservadores y liberales. En este caso es especialmente visible cómo cada elemento de la estructura de estos programas -invitados vs. público, guión y aplausos- trabajan en la construcción de dos bandos enfrentados, irreconciliables y antagónicos. Donahue retrata los pogos, literalmente, como el infierno sobre la tierra, mostrando videos borrosos en los que se atisban narices ensangrentadas, o arrinconando a los invitados con preguntas entre condescendientes, sensacionalistas y moralistas sobre la violencia. Los acusados se defienden: aluden que son modos de confrontar las contradicciones de la cultura que consumen, que son formas de liberar la ansiedad y de estar juntos en la agresividad, no exentos de cuidados: “If you fall, someone will come and pick you up. You are not alone” indica uno de ellos. Dibujan la posibilidad de pertenencia a un nosotros que no se conforma con los estándares liberales de la felicidad, el consenso permanente, la normatividad social y el individualismo maquillado de mindfulness. En su lugar, apuntan a un estar juntos que es frágil y no está exento de malestar, que existe en un momento breve y amenaza con disolverse al siguiente. Un estar juntos que se reconoce en la vulnerabilidad de exponerse y ser afectado con otros: “If someone gets hurt in the process, then be it. It’s part of the territory” reconoce otro. Y que es en ese reconocimiento donde se establece un espacio de cuidados y confianza, “forming a trust between them that can’t be formed in other places”. [Disclaimer: No se trata de una celebración acrítica y positiva de la violencia, sino del necesario reconocimiento de estos afectos en una vida en común]. Pero Donahue desacredita estas declaraciones y aboga en su lugar por un estereotipo naïf de juventud despreocupada, sin otra presión que la de ser jóvenes; un cliché que neutraliza toda posibilidad de discusión y que relega toda voz contraria a una categoría de juventud perdida, nihilista, violenta y alienada. Básicamente, defiende y celebra un único tipo de sociabilidad, “buena” y no conflictiva. ¿Cómo estar juntos en la agresividad, cómo cuidarse en la violencia?
Tell me how close we are to a riot es una exposición de Helena Goñi que se interesa en todas estas cuestiones, pero que las lleva a otro lugar. Un pogo a plena luz de día, detrás del edificio de la facultad de Bellas Artes de Bilbao. La reproducción del baño de un bar de la calle Iturribide en el Casco Viejo de Bilbao, cubierto de pintadas durante un concierto de Vulk en el estudio de la artista, ahora escultura en la sala de exposiciones. La frase de amenaza despectiva de un presentador de televisión americano, aquí título de la exposición. Un póster de uno de los dos únicos conciertos que daría el grupo Kagadero, reproducido diez años después hasta cubrir la superficie de una columna. Cuatro desplazamientos se efectúan aquí, propios de la lógica del reenactment, para devenir laboratorios de una sociabilidad radical, para establecer redes de complicidad y afinidad, para tramar una conspiración. Pogo, baño, tatuajes, chupas y demás imágenes no son ya sólo elementos que documentan un contexto, una pertenencia a un grupo de amigos, a una cultura urbana, unos elementos performativos del estilo y la identidad. Desplazados y mezclados, conspiran contra prejuicios sociales e interpretaciones simplificadoras, para articular juntos formas de representar la intimidad, la amistad, así como la turbiedad que implican. Dicen Stephano Harney y Valentina Desideri que la sociabilidad radical no es sólo un asunto de amistad, amor o cordialidad, ni de hiperconectividad o logística. Es un experimento conducido entre y contra nosotras, con y para otros, una invención constante de la forma de sociabilidad y no tanto de su contenido, formada en el peligro de estar contra la sociedad pero juntos, conspirando. Las fotografías de Helena apuntan precisamente a esto: a inventar formas de apoyo mutuo, dispositivos de complicidad en tensión y por lo tanto inestables, que nos aguantan a la vez que nos desprotegen. Y muchos gestos que exploran el cuidado, el tacto y el contacto. Esto se ve claramente en la abundancia de piel, manos y abrazos que aparecen en las fotografías; manos que se enganchan como en una cadena para sostenerse, piernas que se asoman y se entrecruzan, brazos que miman y mucha piel que toca y se deja tocar. Son formas en las que lo colectivo y lo personal quedan revueltos y contaminados, en equilibrio entre lo íntimo del retrato de la habitación y la amplitud del paisaje de Bilbao. Formas en las que la sensibilidad compartida, dibuja un nuevo territorio.
Esta exposición es, también, un laboratorio de experimentación fotográfica. Helena recurre a todo tipo de formatos y técnicas: instantáneas, digital y (predominantemente) analógico, encuadres de retrato tradicional y no tan tradicional, bodegones de chupa y vaqueros, impresiones repetidas y hojas de contacto. Hay algo acumulativo en todo ello, casi devorador. Pero de alguna manera, la fotografía aquí es un índice de varios procesos de aprendizaje. Más bien, es un archivo que registra una exploración técnica, la negociación de varios vocabularios y la confirmación final de un lenguaje propio. Y supongo que también es un laboratorio de experimentación personal. Las fotografías documentan el re-encuentro de Helena con la ciudad propia y sus amigos tras dos años fuera en Londres, son una puesta al día con sus memorias y sus deseos: es fácil reconocer amistades que crecen a lo largo de las series y los años, o el horizonte de mar, espigones y grúas del Abra (que es la panorámica cotidiana de todas aquellas que crecimos en Las Arenas). Pero también hay un reconocimiento de otros lugares y afinidades nuevas, de una geografía. Un reconocimiento sensible, en el que la cámara no reproduce una relación de oposición entre fotógrafo y retratado, sino de complicidad. La cámara y mirada aquí hacen también otras cosas: tocan, acarician, recorren y reconocen desde la piel de la fotografía, desde el ojo que mira y que cuida. La fotografía es, en definitiva, un sensor, estetizado a su entorno, cuya capacidad sensorial detecta, registra y responde al contacto, impacto e influencias del entorno. Y en unos tiempos en los que la sensibilidad ha sido colapsada por la precarización general de la vida, inventar nuevas imágenes que la activen y formas que propongan una sociabilidad radical, es un campo de batalla político. Un riot a flor de piel.
Helena Goñi (Bilbao, 1990) Tras realizar la carrera universitaria de Bellas Artes en la UPV/EHU Universidad del País Vasco, se traslada a Londres y allí realiza un master de fotografía en Central Saint Martins de la Universidad de Artes de Londres. Después de su graduación en junio de 2015, tiene su primera exposición individual en la galería Cosmos de Bilbao en octubre de 2015, donde presenta su proyecto Tourniquet. Asimismo obtiene la beca para artes visuales de la Diputación de Bizkaia para continuar con su proyecto Behind blue eyes entre octubre 2015 y junio 2016, por lo que se traslada de nuevo a Bilbao.
Con este proyecto resultó ganadora del premio a la publicación de un fotolibro en la I Convocatoria de Género y Figura (Madrid), la I edición en el certamen del Barakaldo Foto Festival y GetxoArte 2016. En enero 2017 expone algunas de las obras en el Gabinete Abstracto de Sala Rekalde bajo el título Tell me how close we are to a riot.