El templo fue comenzado en 1158 con planos del maestro Garçion , quien diseñó una iglesia de planta de cruz latina de tres naves con girola, en la que se abrían tres capillas semicirculares o absidiolos, y tribuna sobre ella.
Entre 1761 y 1765 se construyeron la actual fachada sur, presidida por los santos patronos de la diócesis, San Emeterio, San Celedonio y Santo Domingo, y la torre exenta.
Ya en 1958 se dotó al templo de una cripta que recoge el sepulcro con las reliquias del Santo.
El retablo
Hasta 1994, año en el que se desmontó para su restauración, se situaba en la capilla mayor, espacio para el que fue construido. Es obra del escultor Damián Forment, que recibió el encargo en 1537 y se ocupó de su ejecución hasta su muerte en la Navidad de 1540. Fue terminado por los miembros de su taller. Empleó madera de nogal para las esculturas y de pino en la estructura y los relieves, además de alabastro en el zócalo. Se dedica al Salvador y a la Virgen en el misterio de la Asunción, cuyas imágenes se sitúan en la calle central. Sobre ellas destaca la presencia del óculo eucarístico, un espacio destinado a la exposición permanente del Santísimo, privilegio de la iglesia aragonesa desde el siglo XIV y que Forment, valenciano cuya obra se desarrolló en el territorio de la Corona de Aragón, trajo hasta Santo Domingo.
Al repertorio de imágenes cristianas habituales en los retablos unió Forment otro mitológico que recoge sirenas, centauros, tritones, ménades?, un conjunto de seres vinculados en la antigüedad a la resurrección y la salvación del alma. A partir de 1545 el Concilio de Trento prohibiría el uso de la mitología en el arte cristiano, por lo que nos encontramos ante una obra excepcional.
Andrés de Melgar se encargó del dorado y la policromía del retablo, labor que llevó a cabo en su mayor parte entre 1539 y 1553. Destacan el amplio repertorio de grutescos, decoración a base de seres híbridos dispuestos a ambos lados de un eje de simetría, y el de morescos, nombre que en la época recibían los bordados que imitaban los propios de las telas árabes.
El Mausoleo del Santo y el Gallinero
Según la tradición, fue el propio Domingo quien preparó su sepulcro en la calzada que él mismo trazara, al exterior de la desaparecida iglesia primitiva. Años después, la construcción del nuevo templo recogería en su interior el enterramiento, concretamente en el transepto sur.
El mausoleo es el resultado de tres intervenciones sucesivas. Al primer cuarto del siglo XIII corresponde la lauda sepulcral, que formó parte del primer monumento funerario. Se trata de un yacente de dos metros en altorrelieve, pieza rara en el arte funerario europeo del momento. Presenta al Santo sobre el lecho mortuorio, con las manos cruzadas sobre el pecho, rodeado por seis ángeles. La restauración llevada a cabo en 2009 recuperó la mayor parte de la policromía.
La lápida se asienta sobre una mesa de alabastro, que el escudo labrado del obispo Diego López de Zúñiga, promotor de la obra, permite fechar en la primera mitad del siglo XV. Doce escenas muestran distintos milagros y episodios de la vida del Santo. En ella se aprecian las consecuencias del hundimiento de bóvedas de 1508, que afectó directamente al sepulcro situado debajo.
Cubre el conjunto un baldaquino, también de alabastro, tradicionalmente atribuido en su traza a Felipe de Vigarny y en su ejecución a Juan de Rasines, contratado en 1513.
Al arco situado en la cabecera del Santo se acopló otro de plata procedente de Méjico, que fue donado en 1763. Bajo él se cobija la imagen de Santo Domingo, tallada por Julián de San Martín en 1789 y punto de partida de la iconografía que lo presenta como ?santo abuelito?.
El monumento está rodeado por un zócalo de mármol sobre el que se levanta una reja de hierro dorada y policromada, obra de Sebastián de Medina de 1708.
Bajo este espacio se construyó en 1958 una cripta que acoge las reliquias. La preside un altorrelieve del Santo como libertador de cautivos, obra de principios del XIII.
Frente al mausoleo se sitúa un gallinero gótico de piedra policromada, construido a mediados del siglo XV, que alberga un gallo y una gallina vivos en conmemoración del milagro del peregrino ahorcado injustamente (la presencia de animales vivos en el templo está documentada desde 1350). Sobre la puerta de ingreso, en una tabla de Alonso Gallego se representa el milagro.
La Torre
La torre exenta es la cuarta que se levantó en la Catedral. La primera, sobre el espacio que actualmente ocupa el gallinero, se construyó a finales del siglo XII o principios del XIII y fue destruida por un rayo en 1450. La sustituyó una segunda que, terminada hacia 1560, a mediados del XVIII amenazaba ruina. El obispo Andrés de Porras y Temes decidió la edificación de la tercera, que se llevó a cabo entre 1759 y 1760 y adoptó la tipología de torre-pórtico, apoyada una de sus caras en la fachada sur y el resto en unos arcos bajo los que discurría la calle. Apenas un año después se desmontó por problemas estructurales derivados de la inestabilidad del terreno, que implicaron además la ruina de la mencionada fachada. El mismo prelado acometió la construcción de una nueva portada y de la cuarta torre, para la que se buscó un emplazamiento más seguro a unos ocho metros de la Catedral, al otro lado de la calle Mayor. Trazadas ambas por Martín de Beratúa, la portada se construyó en 1761 y la torre entre 1762 y 1765. A ella se adosó la casa del campanero, diseñada por el mismo arquitecto.
Sus 70 metros de altura se dividen en tres cuerpos, de planta cuadrada los dos primeros y octogonal el de campanas, con cuatro torrecillas en los ángulos, que se cubre con cúpula rematada por una esbelta linterna . Responde así al llamado modelo riojano de torre barroca que siguen, entre otras, la de Briones y las gemelas de la concatedral de Santa María la Redonda de Logroño, ambas del mismo autor. Cumplió la función de conjuratorio, lo que explica los vanos abiertos en el primer cuerpo.
En su construcción se utilizó piedra arenisca, y en su cimentación una argamasa compuesta de cal, arena, piedras pequeñas y cornamentas de vacuno, con las que se quiso contrarrestar la escasa firmeza del terreno y los efectos del exceso de agua en el subsuelo.
La escalera, de 132 peldaños, aparece horadada por unos huecos circulares cuya función consistía en permitir el paso de las cuerdas de las campanas, que podían así tocarse desde abajo. Conserva el reloj instalado en 1780 por el herrero Martín Pasco, que se mantiene en funcionamiento con su mecanismo original.
El Claustro y la Sala Capitular
El claustro que hoy contemplamos es fruto de la reforma acometida en 1340 por el obispo Juan del Pino. Construido en piedra y ladrillo, está cubierto con bóvedas de crucería, ocho por cada crujía o galería. Durante los siglos XV y XVI se fueron añadiendo a sus muros y entre los vanos una serie de capillas que prácticamente cerraron el patio. De escaso valor artístico fueron eliminadas, en su mayoría, en la restauración que tuvo lugar entre 1984 y 1987. En la galería oriental se abre la sala capitular, construida bajo el mandato del obispo del Pino y reformada en el de Pedro González de Mendoza, en la segunda mitad del siglo XV. Fue entonces cuando se cubrió con un alfarje mudéjar decorado con motivos vegetales y las armas del patrocinador. La techumbre fue descubierta durante la restauración llevada a cabo en 1992, oculta por unas bovedillas de yeso y un cielo raso. Actualmente el claustro acoge la exposición de la Catedral.
Entre sus fondos sobresalen tres trípticos flamencos pintados al óleo sobre tabla: el Tríptico de la Anunciáción, de Joos van Cleve, ejecutado entre 1515 y 1520; el Tríptico de la Adoración de los Magos, obra anónima de finales del siglo XV; y el de la Misa de San Gregorio, realizado hacia 1530 por Adrian Isenbrant.
En cuanto a la escultura, destaca el llamado retablo de los Apóstoles , dos relieves en piedra del románico tardío que pudieron formar parte, junto con los de San Pedro y San Juan que se muestran en la cripta, de un apostolado perteneciente a la desaparecida portada románica del transepto sur. Sobresalen también un frontal de altar de madera dorada y policromada de hacia el 1300, con el Trono de la Misericordia en el centro rodeado por el tetramorfos, y una imagen procesional gótica de Santo Domingo, venerada hasta finales del siglo XVIII. Excepcional es la talla de la Verónica, obra hispano-flamenca de finales del siglo XV. La colección escultórica se completa con un conjunto de bultos en madera, en su mayor parte fechados en los siglos XVI y XVII, y dos relieves, la Misa de San Gregorio y San Jerónimo Penitente, policromados por Andrés de Melgar en 1553.
Entre el claustro y la sala capitular se reparte el tesoro de la Catedral, parte importante del cual se compone de piezas mejicanas de plata, donaciones de emigrantes calceatenses.
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