Una técnica depuradísima y unos trazos etéreos, evanescentes hacen que te acerques, pegues la nariz en el metacrilato, entornes los ojos e intentes descifrar el misterio, la alquimia de los rostros que parecen salir de la nada. En la economía de medios radica su grandeza. Volúmenes apabullantes, pintura de bulto redondo.
A Lilián le interesa el paisaje humano, el código de barras de las miradas, la asombrosa capacidad que tienen las personas para levantar pasiones, odios, ternuras o tristezas. Son paisajes después de la batalla, esa guerra continua que libramos con nosotros mismos, con los demás y con el medio, con más o menos fortuna, con menos o más dignidad. Pero sus retratos, cada uno de ellos, cuentan una historia que es su historia, la de Lilián. Todos somos un tamiz por donde entra el polvo en suspensión de la realidad. Cada uno tenemos nuestra realidad, nuestro punto de vista y nadie ve las cosas exactamente igual que el otro. Ese es el misterio de los caracteres, las señas de identidad del ser humano. En cada retrato de la pintora desfilan esos caracteres que ella, con indudable maestría, ha sacado de su realidad para, a golpe de pincel, hacerla suya, interpretarla, desmenuzarla y ofrecerla a un público a buen seguro asombrado por esas almas, por esos rostros tersos o arrumbados por el tiempo con los que de algún modo se sentirán identificados.
Estuve en la inauguración y entre risas, conversaciones y la contemplación de tanta humanidad, de tanta valentía, de tanto buen hacer, salí de allí con la sensación de haber vivido por unas horas, a la vera de un lago de aguas tranquilas o en el mismo corazón de un arpa de hierba.
Les recomiendo encarecidamente su visita.
Carlos Merchán.
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