En julio de 2018, Jorge Gil (Jaca, 1981) presentaba Ensayos de alteridad, su primera injerencia artística sobre un museo, en este caso, el Nacional del Teatro de Almagro. Justo un año después, en julio de 2019, comenzaban en Quito las celebraciones del centenario de Oswaldo Guayasamín en La Capilla del Hombre. A lo largo de ese año, el artista oscense emprendió un peregrinaje por museos, colecciones, bienales y espacios híbridos, sobre los que interviene mediante un método permeable y relacional pero también incisivo, bordeando los postulados tradicionales del “cubo blanco”, para avanzar en procesos expositivos experimentales, que ponen en tela de juicio la fisionomía tradicional del espacio museístico. Un proceso que culmina con este ejercicio artístico.
Basado en estos postulados, el autor propone una exposición en formato de intervención específica sobre la colección del Museo Guayasamín, buscando el diálogo tanto con la obra del propio Oswaldo como con su colección de arte precolombino y colonial, generando nuevos y múltiples puntos de vista de cada una de las partes y entre sí.
De esta manera, los últimos trabajos de Jorge Gil se acercan a la mística del objeto votivo religioso desde la perspectiva del pensamiento mágico, entendiendo éste como canal para progresar en su análisis y cuestionamiento de la condición humana; elementos patentes tanto en los recurrentes rostros enmascarados representados por Oswaldo Guayasamín, como en la hibridación mitológica producida por la convivencia entre las culturas precolombinas y coloniales, que ejemplifica la colección de figuras mitológicas y religiosas del museo.
Pero, lo que para Guayasamín cimenta una identidad concreta, manifiesta en su activismo indígena, sirve a Gil para relativizar acerca del concepto de identidad en sí, añadiendo nuevas dimensiones semánticas a la colección. De esta manera, al introducir sutilmente pequeñas interferencias entre los objetos reales de dicha colección, Jorge Gil siembra la duda, germen de un relato polisémico sobre el que desplegar su propio discurso. Así, el empleo del humanoide (véase figuras, marionetas, exvotos, siluetas, etc) como elemento de sustitución del sujeto y su puesta en relación con el entorno, construye una narración que incide en las diferentes implicaciones que existen entre ambos: realidad y ficción, auténtico y falso, vivo e inerte, individual y colectivo...
Igualmente, ambos artistas comparten filia por la máscara como elemento de formalización en su obra, punto de partida para que Guayasamín dé rienda suelta a su expresionismo pictórico, denunciando los desastres de la guerra como grito universal. Mientras tanto, Jorge Gil aprovecha la fuerte carga simbólica de la careta para despojarla de toda expresión, acercándose a postulados psicoanalíticos, con la ironía de crearlas a partir de su propia fisionomía, cambiando guerra por pérdida e identidad por anonimato, donde el universalismo del artista residente muta en el existencialismo del interventor.
Por tanto, la oportunidad de enfrentar la emergencia contemporánea, personificada en Jorge Gil, con el centenario de Oswaldo Guayasamín, se convierte en objetivo de esta intervención, que busca traspasar las barreras de la musealización tradicional para fomentar diálogos a tres bandas entre intervención temporal, colección permanente y espectador, explorando caminos inéditos para todas las partes.
Julio C. Vázquez-Ortiz
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