TEA Tenerife Espacio de la Artes ofrece del 11 de septiembre al 25 de octubre la exposición Cristales de ultramar, de José Carlos Cataño (La Laguna, 1954), una muestra que integran 37 fotografías de diversos formatos.
En Cristales de ultramar, el autor sustituye la palabra por la imagen, utilizando los recursos y medios que la fotografía ofrece actualmente, mostrando una selección de piezas que en realidad constituyen una evocadora y genuina poesía visual. En sus obras se conjugan las imágenes mezcladas del mar, los libros, objetos la naturaleza, los viajes, los cielos o la figura femenina, mediante la técnica del fotocollage, recursos muy próximos también a los movimientos artísticos como fueran el Dadaísmo, Surrealismo o Constructivismo.
Apuntes del autor:
Realicé el examen de ingreso en la Escuela Superior de Bellas Artes, en el antiguo edificio de la plaza Irineo González de Santa Cruz, a los quince años. Todo se debió a la iniciativa de mi profesor de dibujo en el instituto Cabrera Pinto, el pintor Rafael Delgado. Le costó trabajo convencer a mi padre, quien veía con recelo que su hijo emprendiera la vida de "artista". Simultaneé los estudios con el Bachillerato, y me faltó un curso para concluirlos. Allí tuve de profesores a Carlos Chevilly, Enrique Lite, Pedro González... Mis compañeros eran los que más tarde serían calificados, por Fernando Castro, como la generación de los 70, Gonzalo González, Juan Luis Alzola, Cándido Camacho, Juan José Gil...
A pesar de las reticencias iniciales de mi padre, me preparó un estudio en la azotea del piso en que vivíamos, después de perder la casa donde había nacido y me había criado, en la plaza del Adelantado de La Laguna, donde hoy en día están los Juzgados. La pérdida de casa natal, cuya huerta se extendía hasta la trasera de la iglesia de Santo Domingo, marcó el inicio de mi escritura, que se desarrolló en paralelo a mi inclinación plástica. Una pérdida mayor se producirá cuando abandono Tenerife en septiembre de 1974 para estudiar Filología en Barcelona, a los pocos meses fallece mi madre, y empiezo a conocer el desarraigo.
En estas circunstancias de transitoriedad no veía factible seguir adelante con la pintura. De hecho, la muerte de mi madre puso fin al color. No saber si podría regresar a la isla, los cambios de domicilio, la dedicación a la poesía y a mi novela Madame, todo ello influyó para que optara por el dibujo, que se aviene mejor al nomadismo y la esencialidad, como el mismo hecho de escribir. De hecho, durante muchos años me he considerado un dibujante "secreto".
En cualquier caso, la pintura no era mi camino. Lo fui constatando conforme me entregaba a la poesía, la narrativa, el ensayo. A comienzos de los años ochenta del siglo pasado contaba con más amistades entre los artistas catalanes que entre los escritores de mi medio, barcelonés y canario. Fue, de algún modo, una forma de sustitución. Me incitaba la visita a los estudios. Así surgieron mis textos de arte a partir de la vivencia de la representación artística, la de los amigos que se dedicaban a la pintura, al arte conceptual, a las instalaciones. Fiel al espíritu de una época, me permití asimismo participar en algunas intervenciones y performances, además de comisariar exposiciones en Cataluña y Canarias. Muchos de esos textos de arte serían incorporados a mi reunión de ensayos Aurora y exilio en 2007.
Pero yo no soy pintor, insisto. Eso no podía saberlo cuando pasaba las tardes en la casona de Irineo González entre olores a barnices y pigmentos, discutiendo la manera de revolucionar las artes plásticas canarias, algo que también me sucedió en tanto que poeta, pugnando por cambiar la literatura de la época. Éramos transgresores. Pensábamos lo que todavía hoy siento: que el arte, sea plástico o literario, comporta una disidencia, un atrevimiento, una desobediencia.
Aparte de las intervenciones y performances en Barcelona, en pleno fervor del neoconceptual, mis primeras exposiciones fueron en Tenerife. Ligado por lazos de amistad con el poeta, galerista y editor Carlos E. Pinto, intervine en alguna colectiva surrealista de carácter internacional como Fondo de Arte. Mi primera exposición individual tuvo lugar en el Ateneo de La Laguna. La titulé Tintas & Tippexs, porque con esos elementos trazaba sobre los papeles impulsos y gestos que de algún modo tenían parentesco con los dibujos de Henri Michaux. La muestra coincidió, en 1983, con la publicación de mi primer libro de poemas, Disparos en el paraíso, aunque ya Carlos E Pinto me había publicado en 1975 una plaquette: Jules Rock - 1973. Luego se produjo una segunda exposición, en la galería Estudio Artizar, también se trataba de dibujos, aunque más calmados, más líricos, con la constante de la evocación insular que se refleja en mi obra literaria. Se llamó Que sube y desespera y tuvo lugar en 1993.
Así como escribo, por necesidad, así también dibujo, siguiendo fases y periodos conforme se despliega nuestra experiencia de la vida. Durante años estuve dibujando contornos de islas que pensaba ilustrar con poemas. El proyecto, Desdende, sigue de momento como una intención, aunque los dibujos estén realizados.
Mi interés por la fotografía empieza, y se mantiene, como acompañamiento visual de mis incursiones en los rastros a los que acudo de forma habitual, en Barcelona o en la ciudad en que me encuentre. Del hecho da cuenta mi diario de libros viejos De rastro y encantes, publicado por la Universidad de Sevilla en 2011, que contiene un cuadernillo con una selección de fotos en blanco y negro. Esas andanzas, ese diario de papeles y objetos a la intemperie, prosiguen y con ellas mi registro fotográfico.
La evocación de la isla, sujeto perdido sin remedio, cuyo eco solo ha quedado en poemas, textos y dibujos, y el tratamiento digital de las fotos, fue el principio de lo que después he titulado Cristales de ultramar. Una primera muestra de estos fotocollages tuvo lugar en una galería de Barcelona en 2013. Ha sido la única manera de volver al color.
Siempre me han interesado las relaciones entre imagen y poesía. Además, son conocidos los casos de poetas con una vertiente plástica. Y era también la única manera de conciliar las islas perdidas y este presente, este momento de mi vida, de provisionalidad territorial, como siempre.
En eso estriba para mí el collage, en la reunión, en el archipiélago de elementos dispersos y distintos que sale a superficie. En Cristales de ultramar puede que haya una cierta nostalgia, aunque yo sienta que ya no hay espacio, ni sentido, para la nostalgia. El collage une esto y aquello, pasado y presente, las fotos realizadas en mis vueltas a las islas y las que conserva mi memoria de la historia del arte. Lo distinto: la escena con remedo bucólico, neoclásica, y la brutalidad de un descampado, los objetos abandonados, los libros rotos, los restos de archivos anónimos, las fotos familiares, las cartas...
Me interesaba recrear una mitología, mi mitografía insular, sobre la base de una ausencia de pasado, unos cuantos restos, una población primigenia abolida. Un salto al Renacimiento como el que refleja la historia de las Islas Canarias. Frente a la iconografía del desgraciado turismo, y de sus estragos en el paisaje y sus habitantes, se erigen estas postales, cada uno de los collages, que bien pudieran pertenecer a un gabinete de estampas, las que reúne y contempla, de vuelta del viaje, un explorador fuera del tiempo.
Me gustaría señalar que, fiel a la fenomenología del collage, no he buscado el refinamiento técnico. Me gusta del collage los cercos de la dedicación. El photoshop (para tantas cosas el mal del photoshop) para mí es un medio, no una finalidad. Rehúyo, incluso me aburre, la perfección. Me gusta que sobre el papel se perciban los rastros de dos, tres, cuatro imágenes que enfrento, socavo, levanto, con las que opero como si estuviera sintiendo su olor, su textura. Un encuentro, repito, de fragmentos dispares que dan lugar a una nueva realidad, que no esconde su artificio, sus raíces a la intemperie. Esa es la imagen final, transitoria y perfectible como la vida, a la que el espectador asiste de paso".
José Carlos Cataño
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