Secuestrada la realidad por el confort y la inmediatez que nos proporciona la sociedad de consumo, la irrupción de los dispositivos electrónicos ha sido la culminación para transformar a los individuos en masas dóciles.
Perdidas la consciencia de nuestra identidad, la incuestionable validez del conocimiento de nuestro medio natural y la imprescindible necesidad del trabajo del hombre en la historia para el resultado del desarrollo de la humanidad, nos olvidamos de lo eterno. Rescatar todos esos territorios que van marginándose de la vida cotidiana, como, también, la creación individual de obras artísticas trasmisoras de sentimientos y emociones, elaboradas con un análisis minucioso, es otra de las metas ineludibles en nuestras vidas.
La pintura de Carmen Bustamante seduce con esa memoria de lo eterno. Convoca al espectador, para adentrarse en su mundo interior y tomar su posición en el lugar elegido. En sus espacios reproduce el instante creador de su emoción, cuando descubre el paisaje de su entorno y, sin palabras, dialoga directamente con él, sin otra presencia humana. Desde esa posición privilegiada que ella nos presta, gozamos de la visión de su mar, ese mar y sus orillas, movidas incansablemente por fuerzas naturales, ese elemento que nos hace vecinos y cómplices de culturas que atesoran historia y vida, envolviéndonos con su atmósfera y las variaciones mágicas de la luz. En ese espacio, donde todo es silencio y soledad, recuperamos los sentidos físicos dormidos y el horizonte se pierde en el infinito, recodándonos la realidad.
Sol Panera
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