Nunca tendremos claro si el simple paso de la realidad al misterio, en la obra de Pedro Roldán, es evolución espiritual, progreso intelectual o ambas cosas a la vez. El caso es que cuando vemos los paisajes de Roldán, salimos de un mundo que vivifica nuestros espíritus fatigados por el brutal culto que se rinde a la más absoluta vulgaridad.
La obra de Roldán es, en cierto modo, un renacimiento, que provoca en el espectador una liberación ante el modo de vivir tan aprisa y tan materialmente. La obra de Roldán es el homenaje a la naturaleza frente al asfalto, el apremio a la belleza frente a los edificios que no nos dejan ver el centellear de las estrellas; a la evocación de lugares por los que tan sólo transitan el sigilo del sueño y la fantasía, a detenidas arboledas reflejadas en el lago, a hojas otoñales liberadas de la esclavitud de las ramas, al misterio de límpidas aguas triunfantes detenidas en el lienzo de un tiempo sin tiempo o, quizá, el retorno a la mirada que pretende perderse en la profundidad de lo azul.
Cuando vemos estas obras en compañía del autor, y le oímos explicar sus propósitos, sus sensaciones y sus ensoñaciones (cuasi místicas), sus especulaciones trascendentales, su lenguaje en el ritmo sin fin de los colores en sus complejidades combinatorias, algo se revela en el que contempla: se siente el misterio.
Y es que el elemento fundamental sobre el que se sustenta la obra de Pedro Roldán gira alrededor de su propia intimidad y cuyas fuentes están lejos de su mirada, en algo intangible: en el halo multiforme del amanecer o del atardecer, en los que la naturaleza y el artista respiran al unísono.
Por esto, parece milagroso e incomprensible que el trabajo concienzudo, paciente y lento de nuestro autor se sedimente en ideas acerosamente nacidas de sensaciones grabadas en determinados momentos de su vida, quedando tan bien guardadas en su memoria que, más adelante, le permiten ser expresadas plásticamente en la más sutil de las perfecciones.
Cualquiera que se acerque a la obra de Roldán constatará que es un maestro de dibujo, siguiendo la normativa clásica; antes bien, cuando se deja dominar por el sortilegio del color, su imaginación no encuentra límites, hasta tal punto, que en algunos planos de su obra podemos encontrar el informalismo de las abstracciones tan perfectamente armonizadas que llega un momento en que el receptor no contempla, sino que vive dominado por el hechizo que envuelve a sus paisajes.
Pedro López Ávila
Catedrático de Lengua y Literatura y escritor
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