Del viaje realizado por su archivo, el autor selecciona y presenta un grupo de fotografías para hacer viajar al espectador a través de nuevos diálegos visuales. Analogías que acercan aspectos culturales y geográfics del extenso hábitat del ser humano.
En palabras de Albert Padrol, Carretera oberta propone el viaje como hilo conductor de un recorrido personal y profesional... Son imágenes que se organizan según situaciones, atmósferas o temas para formar un diario gráfico, no cronológico, de muchos años de fotografía.
En casa, en Andorra, se fotografiaba mucho.
Mi padre tenía un laboratorio de aficionado donde procedía en larguísimas sesiones al revelado de sus fotografías. Fue, pues, muy natural que, acabados los estudios en la escuela francesa, decidiera intentar vivir de mis fotos.
Empecé como foto fija en el cine, pero lo que realmente me interesaba era viajar y fotografiar el mundo. Y eso es lo que hice, y no fue fácil, después de pasar dos años en la efímera escuela de fotografía Richter Elisava, en Barcelona.
Los años han dado para hacer algunas cosas, como colaborar regularmente con agencias fotográfiques: AGE Fotostock o las desaparecidas Zardoya, Explorer y AFIP de París, o Picturepoint de Londres. También publicar en revistas como Viajar, y muchas otras. O traducir al castellano libros de fotografía, o cofundar Altaïr (la/ las librerías, la revista, la edición de libros...): una larga aventura que me ha permitido vivir casi como había imaginado.E impartir durante unos años el curso de Fotografía de Viaje en el IEFC.
Carretera oberta - Agustín Pániker
Hace ya bastantes –por no decir muchos– años, mi buen amigo Albert Padrol decidió lanzarse a recorrer el mundo haciendo fotos, a ver lo que pasa. Así me lo confesaba el otro día; con la sutil ironía que lo caracteriza. Pues bien, esto (esta impagable exposición) es lo que pasa; es lo que sucede cuando se deja a alguien que creció envuelto por el olor a líquidos reveladores y fijadores, un caminante que respira hondo los aires de las montañas, un loco con seny que atisbó una estrella llamada Altaïr; esto es lo que pasa, en fin, cuando se da rienda suelta al ojo avizor de Albert durante unas cuantas décadas y lustros: un exquisito itinerario personal a través de 64 destellos fotográficos.
¿Qué tendrá que ver un monasterio birmano con un bajo fondo mexicano? ¿Y las crestas patagónicas con el skyline de Hong kong? ¿Qué diantre hace una velada afgana de la era pre-soviética cerca de un meandro de la isla de Flores? ¿Qué hilo invisible conecta un abarrotado tren de la India con las vicuñas del altiplano? Presiento que es el espíritu viajero que resuena en nuestro interior. Y aún diría más (como los Dupont): es el espíritu del viaje que nos guiña y, por enésima vez, nos reclama.
Debemos agradecer a esta selección del archivo Padrol su capacidad en remover nuestro propio poso (¡y de qué manera!); por recordarnos con su ojo fotográfico que los horizontes tienen semejantes asimetrías y colores, por captar la sorpresa, los matices o el conflicto de la realidad, la que transcurre entre un retrato o un paisaje muy diáfano, la fugaz instantaneidad de una escena del viaje y de la vida muy –pero que muy– humana.
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