El Museo de Bellas Artes de Asturias continúa durante el último cuatrimestre de 2016 su programa de PROYECTOS ESPECÍFICOS realizados por artistas contemporáneos en la pinacoteca.El esta ocasión será el artista Francisco Fresno (Villaviciosa, 1954) quien intervendrá en el patio y sala de exposiciones del Palacio de Velarde entre el 25 de octubre de 2016 y el 8 de enero de 2017. Escultor, pintor y grabador, su obra ha estado marcada desde sus orígenes por el contacto con la naturaleza, de la que recoge un sentimiento panteísta que le lleva a una percepción de la realidad transcendente y unitaria.
Esta muestra, que se prolongará hasta principios de 2017, se concreta en tres piezas (dos instalaciones y una serie de fotografías) plenas de resonancias líricas que reflejan el proceso de erosión natural de delicadas hojas materializadas en porcelana, apreciándose el contraste entre la vida creciente de la naturaleza que las circunda y el residuo o incluso vacío que genera esa operación de desgaste y desmaterialización en una de ellas.
Es, además, la tercera individual de Fresno en el Bellas Artes de Asturias, tras sus monográficas de 1983 y 1998, y el séptimo proyecto específico de un artista contemporáneo que se realiza en la pinacoteca bajo la dirección de Alfonso Palacio, y que engloba, además del actual de Francisco Fresno, los desarrollados por Ramón Isidoro (Fulgor, 2013), Tadanori Yamaguchi (Negro silencio, 2014), Avelino Sala (Darkness at noon, 2014-2015), Eugenio López (Confluencia, Acople, Núcleo. Tres geometrías para el Palacio de Velarde, 2015), Vicente Pastor (Nuevo Paraíso, 2015) y Carlos Suárez (El vaciado de la huella belga, 2016).
De formación autodidacta y personalidad independiente, el artista asturiano Francisco Fresno (Villaviciosa, 1954) viene desarrollando desde 1973 una producción que, inspirada en la naturaleza, adquiere forma artística a través de la pintura, la escultura y la gráfica o, como en este caso, a través del dibujo y la instalación. Su atracción por la naturaleza ha hecho surgir en Fresno un sentimiento panteísta que le ha llevado a una percepción transcendente de la realidad y que, en los últimos tiempos, ha derivado hacia una simbología que refleja los ciclos naturales (de vida y muerte, de lleno y vacío, de positivo y negativo), dualidades que en sus inicios trabajaba por separado y que ahora reúne y pone a dialogar en unas mismas obras.
Hacia la luz. Hasta la ausencia continúa precisamente esta línea de investigación en torno a la naturaleza, su relación con el espacio y su transmutación, en este caso hasta la total desaparición del elemento natural. Como explica el propio Fresno, el proyecto surgió de la experiencia que tuvo con el proceso cerámico con motivo de la exposición Cajas. 10 propuestas de cerámica artística en Asturias, celebrada en el propio Museo de Bellas Artes de Asturias en noviembre de 2015. Y, más concretamente, a partir de su primer contacto con la porcelana a través del ceramista Manuel Cimadevilla. Este material, sumamente frágil antes de su cocción, y muy fácil de pulir, casi como la tiza, se convierte en delicado protagonista de las dos instalaciones que dan título a la muestra: Hacia la luz y Hasta la ausencia.
Ubicada en el centro del patio del Palacio de Velarde, entre el bosque de columnas toscanas del mismo, lo primero que percibe el visitante que entra en el Museo es Hacia la luz, una instalación compuesta por dieciséis prismas de distintas alturas que portan en su cara superior una cubierta de césped con una o varias hojas de delicada porcelana blanca. Los prismas, que se desarrollan a su vez como un bosque de peanas, están pintados con un degradado ascendente que va desde un color ocre, próximo al del piso del atrio, hasta el blanco más puro en el de más altura. Prismas que se elevan hacia la luz, portando unas hojas receptoras de la misma, sobre un césped como contrapunto de lo vivo y cambiante de la naturaleza. El proceso de transformación hasta su propia desaparición es narrado también en Tempus, serie secuencial de seis fotografías tomadas por la esposa del artista, Karmen Sáenz Elorrieta, de una hoja del limonero del jardín de la casa de ambos en Gijón.
Ya en el interior de la sala, y en una penumbra sólo punteada por una tenue luz dirigida que contribuye a destacar la esencia de las propias piezas, se encuentra Hasta la ausencia, instalación que refleja seis tiempos de una hoja en vitrinas, que como un canto rodado va perdiendo material hasta desaparecer. Esta hoja, que de nuevo ha sido realizada en porcelana, sufre una gradual disminución de su tamaño por efecto de un pulido progresivo que la conducirá hasta su total desaparición, quedando sólo el testimonio gráfico del proceso a través de una serie de fotografías, recogidas en el catálogo de la muestra. En la sala figura también Uno, dos, tres, cuatro, cinco y seis, serie de seis dibujos de la misma silueta de una hoja que se va debilitando hasta llegar al blanco del papel.
El proyecto específico de Fresno para el Bellas Artes consiste por tanto, como buena parte de su producción, en ese deshacer-para-rehacer que revela la íntima contingencia de las cosas y las posibilidades -y límites- de nuestra percepción de las mismas, al tiempo que una vindicación de los criterios (la belleza, por ejemplo), que siempre podremos escoger para interpretar y manipular el mundo, para re-ordenarlo. Pero, en opinión de Juan Carlos Gea, autor de uno de los textos del catálogo, en Hacia la luz. Hasta la ausencia Fresno "da un paso más allá, pues el protagonismo no recae ya en una realidad re-ordenada que transparenta su fragilidad esencial a través de la belleza formal sino que se subraya, de un modo sencillo y silencioso, limpio de admoniciones o desgarros, la naturaleza última de las cosas: su origen y su final".
A continuación el propio artista presenta el proyecto, titulado Hacia la luz. Hasta la ausencia:
“Hace unos meses participé en la exposición colectiva Cajas, celebrada en el Museo de Bellas Artes de Asturias y comisariada por su director, Alfonso Palacio, y el ceramista Manuel Cimadevilla, que fue quien nos guió a los diez participantes con las técnicas de la cerámica y sus posibilidades para adecuarlas a nuestros intereses artísticos. En este proyecto tuve mi primera experiencia con la porcelana, un material sumamente frágil antes de su cocción, y muy fácil de pulir, casi como la tiza.
Con tales antecedentes he concebido la actual exposición, pero he de confesar que en este caso la idea ha derivado de la vivencia con el material mismo, de la atracción por su fragilidad, por la concentración que exige el pulido con el consiguiente vaciamiento mental durante el proceso, una liberación del pensamiento a través de lo psicomotriz, un ser y estar en blanco, en el blanco de las hojas de porcelana, tanto en el que se va adelgazando y tomando forma al pulirlo como en el que literalmente se sublima como polvo residual en vuelo.
En otra ocasión escribí que “quizá el alma de las cosas que buscamos con el arte se encuentre más fuera que dentro de ellas -entre ellas-, en ese exterior que es a su vez el interior común de su revés”, el espacio que las comunica y separa entre los límites de sus formas.
Recuerdo una experiencia de hace años, en la que me quedé mirando una columna blanca de mi estudio, aislando mi atención de todo lo demás. La forma cilíndrica de la columna graduaba la luz que se deslizaba sobre su superficie curva, resaltando la textura. Mi mente y mis ojos se fundían en ella. No había distancia entre ambos, era como ser y estar en lo otro, y viceversa: una forma de comunión y de conciencia de existir en lo que revelaba la luz.
Similar ha sido la experiencia y la atracción con la pasta de porcelana, con las hojas blancas en la palma de la mano, hermanadas con ella en su escala, con sus caras cóncavas y convexas, y también con la similitud de las huellas de las nerviaciones como líneas de la vida. Hojas frágiles en las que la fragilidad no se somete, pues exige sin imponerse. Hojas con destino: las que han de romperse se rompen como aviso ante cualquier intención de dominio. Hojas que permiten un fácil desgaste, y que en tal proceso van cubriendo el césped sobre el que cae su polvo blanco, pero como si en vez de polvo acumulado fuera una luz irradiada por lo terrenal.
En este caso, el discurrir ha sido el discurso, no discurso como idea teórica sino como vivencia con lo que literalmente tenía entre manos, vivencia en contacto con la naturaleza, desnudo sobre mi césped norteño, o junto a la orilla del mar Mediterráneo, escuchando la llegada de las olas sin ignorar mientras tanto que La ola es el mar (Willigis Jáger), igual que el blanco de las hojas es la recepción de la luz que ilumina el espíritu de la materia”.
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