Concebida única y exclusivamente para el Centro Botín, esta exposición es la primera que se dedica íntegramente a los trabajos en papel de Manolo Millares (Las Palmas de Gran Canaria, 1921 – Madrid, 1972), y gracias a ella podremos disfrutar de algunas obras inéditas.
Realizada con el apoyo y la colaboración de la familia del artista, la muestra reunirá una selección de trabajos sobre papel que recorrerán cronológicamente su producción y las distintas etapas del artista, aquellas que evidencian el nuevo concepto del dibujo que surge en esos momentos a nivel mundial y del que Millares es un claro y valedor exponente.
Célebre por el uso de arpilleras, sacos, cuerdas y otros materiales en sus obras, la muestra plantea un recorrido cronológico desde sus inicios académicos, paisajes con acuarelas, composiciones surrealistas y trabajos de influencia guanche, para centrarse en la producción que desarrolla entre 1955 y 1972, con trabajos de gran fuerza y originalidad.
Comisaria: Mª José Salazar, miembro de la Comisión Asesora de Artes Plásticas de la Fundación Botín.
Manolo Millares, nacido en Las Palmas de Gran Canaria en enero de 1926 y fallecido prematuramente en Madrid en agosto de 1972, pertenece a ese grupo de creadores españoles que, con una infancia marcada por la guerra, surge en los obscuros años cincuenta, conformando un movimiento cultural propio que levanta la voz mediante su obra ante la situación del país. Es un artista transgresor, brillante y comprometido. Sin duda, un referente ético.
En sus trabajos sobre papel se detecta una constante en su trayectoria que desvela su evolución: bosqueja desde retratos familiares con imágenes figurativas a composiciones de influencia surrealista o constructiva, para finalmente utilizar trazos deshechos, con grandes pinceladas, acordes realmente con su pintura, empleando para ello tanto el grafito y la acuarela como la tinta china.
Este trabajo es un claro y potente exponente de esta tercera vía que se origina en las artes a mediados del pasado siglo. El artista abre con su dibujo una nueva forma de expresión, anulándolo como disciplina dependiente de las otras artes. De esta forma, propicia un cambio no solo conceptual, sino en su aspecto externo, en el que la línea y el gesto adquieren su primacía frente a la línea, con un claro predominio del sentimiento sobre la mera apariencia.
En toda su obra sobre papel Manolo Millares pone de relieve la espontaneidad del
trazo, el valor del pensamiento y la utilización expresiva del material, exceptuando lógicamente sus primeros trabajos, anteriores a su llegada a la Península en 1955.
Una evolución que forma parte de esa ruptura lenta, pero clara y segura, con los métodos tradicionales. Así, el dibujo se libera para dar paso a trabajos en los que prima el color, aplicado incluso con pincelada gestual, expresionista. Su obra representa objetos o paisajes, pero sin cerrarse en la forma, primando por encima de la similitud o la apariencia, su poesía o su musicalidad, su expresión y comunicación. Prevalece, por encima de todo, el pensamiento, la idea, sobre la representación.
Su trabajo es como un “grito silencioso”, expresivo pero callado, de denuncia, potente y dramático en el que prima el gesto, y se valora la fuerza y el pensamiento.
En su trayectoria se pueden señalar cuatro grandes etapas: una primera (1945-1954) de inicio y formación, de dibujo académico y naturalista (1945-1948) en la que da comienzo a un proceso de investigación y búsqueda expresionista (1948-1954). Partiendo del surrealismo y pasando por el constructivismo y la figuración, crea las Pictografías, síntesis de su proceso creacional. La segunda etapa es de consolidación e innovación plena, en la que el trazo es ya testimonio vital (1955-1963). La tercera (1964-1968) es de plenitud, denuncia y fuerza. En esta fase su obra finalmente alcanza la madurez, abriendo con sus trabajos en papel un camino nuevo al dibujo en nuestro país. Y, finalmente, una cuarta etapa (1969-1971) en la que desarrolla obras más luminosas y poéticas tras su viaje al Sahara, sin perder por ello su energía. En este momento aclara su paleta y traza formas más dulcificadas, no por ello menos expresivas, sin abandonar nunca su denuncia. Así mismo, aúna la luminosidad del propio soporte con la armonía del trazo y la utilización de la caligrafía como fondo de composiciones.
En plena madurez creativa, dejando tras sí una obra de gran trascendencia, fallece en Madrid en 1972.
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