Galería Gema Llamazares presentar por primera vez en Asturias, la exposición individual de Joan Soler (Sòller, Mallorca, 1963), Nuevas simetrías de la imagen, un proyecto comisariado por Óscar Alonso Molina.
Esta exposición tiene su germen en la celebrada el pasado año en Casal Solleric “La simetría de la imagen”, igualmente comisariada por Óscar Alonso Molina.
Joan Soler ha expuesto en importantes Ferias y Bienales de Arte nacionales e internacionales como Art Basel (Basilea), Arco (Madrid), Chicago Int. Art Fair, Fiac (Paris) o Artissima (Turín). Su obra ha sido premiada en destacados certámenes nacionales, cabe mencionar el Premio Pilar Juncosa y Sotheby’s (Fundació Pilar i Joan Miró. Mallorca), Premio XIV Bienal de Pintura Ciudad de Zamora o la Beca de la Academia Española en Roma.
Texto: Óscar Alonso Molina
En el arranque de este proyecto, le propuse a Joan Soler el reto de que volviera a pintar exactamente igual una de sus pinturas, intentando repetirla idéntica y reconstruyendo en la medida de lo posible tanto el esquema original, como el proceso de su ejecución y los niveles de acabado de la primera. No se trataría pues de una simple copia superficial de la imagen, ni por supuesto de una “falsificación” llevada a cabo por el propio pintor: no hay original, o al menos no lo habría ya único. La intención era más bien la de una reconstrucción/recreación en la cual actuaran por segunda vez todas las capas, estrategias y operaciones que manejó el artista en un determinado momento: ¿sería posible que todo ocurriera de nuevo, simplemente, y que el resultado fuera creativo?, ¿somos capaces de repetir nuestros gestos con absoluta precisión?, ¿incluso los más pequeños o desatendidos, los olvidados, o aquellos que nos caracterizan a pesar nuestro sin que seamos conscientes de ellos? Y, por último, en caso afirmativo: ¿significarían lo mismo que en su primera vez?
Este ejercicio de duplicación mimética habría de encauzar nuestro diálogo, iniciado hace ya algunos años, orientándolo hacia algunas de las carac-terísticas del trabajo de Soler que más me interesan: los procesos de repetición y diferencia que se producen a lo largo de sus series; la separación, singularización de cada obra dentro de un conjunto más amplio donde se imponen ciertas premisas, normas y constantes; la dualidad que acontece en cada pieza, por el cual el arranque cede a la incertidumbre para luego ser férreamente controlado por la geometría; las nociones de orden, ritmo y modulación en su sintáctica.
El resultado del experimento y su desarrollo aparece contado de forma muy resumida en esta exposición, atravesada por ejes de simetría de muy variado tipo en distintas direcciones. Así, por ejemplo, existe una línea longitudinal imaginaria pero muy marcada que separa las obras “finales” de otro grupo de piezas escogidas por haberse quedado detenidas muy cerca de su origen: trabajos en proceso; bocetos y croquis; pruebas de estado; ejercicios dados por concluidos casi en el momento mismo de su planteamiento; etcétera. Esta primera simetría que abre en canal la exposición (¡y la obra!), permitirá conocer al espectador los mecanismos internos y el modelo básico de trabajo tal y como se da en su estudio durante los últimos años, así como contrastarlo con su formalización final.
Otra de las simetrías apuntada se concentra en los reenvíos/diálogos que algunas obras entablan con las de su misma serie, pero también con otras alejadas, tanto en el tiempo como en su aspecto formal, delatando lo que podríamos llamar rasgos constantes de la poética: la ordenación arquitra-bada de la tectónica -no en vano es también arquitecto-; el mundo referencial a las vanguardias abstractas históricas, las geométricas y constructivistas; el constante equilibrio entre polos en aras de una síntesis de tensiones; la búsqueda de armonía...
Por último, hay una última simetría interna -ésta ya de índole más conceptual- en su trabajo, donde la búsqueda del equilibrio formal y de belleza plástica parece innegable, encargada de articular sus obras, mediante el reflejo, distintos elementos morfológicos, resistencias o estructuras. Como si de un palimpsesto se tratara, las capas que se traslucen nos advierten aquí sobre la peculiar correspondencia entre lo que se ve y lo que late tras cada una de las elaboradas superficies de Soler.
La repetición sistemática de un vector violento o en cierta manera inmanejable (el fuego, el humo, la acción incontrolada y los rasgos expresivos que componen el “fondo” de sus imágenes) parece indicar la inercia de la materia viva por regresar a su estado primigenio, esto es, inanimado, inerte... Lo inorgánico y lo mineral (que para el psicoanálisis es también el destino inconfesado a que aspira la vida: “instinto de muerte”), irrumpen en la obra plástica de nuestro artista en esos mismos pigmentos inorgánicos que cristalizan en su propio medio: la geometría.
Hay un juego de variantes creativas, lúdicas, sensibles, que lleva a cada pieza a ser diferente de las demás, a pesar de la repetición sistemática de esa fogosa tensión que comparten en origen. Repetición y diferencia, reino de las simetrías “enfermas”, de las pequeñas desviaciones; desgaste del molde por el cual cada una de las copias es infinitesimalmente diferente. Los impulsos emocionales, lo mismo que las escenas mediáticas de violencia interpersonal o colectiva que se ocultan en muchos de los trabajos de Joan Soler, prácticamente irreconocibles -e inimaginables-, se reflejan ya en clave abstracta a través de la trama pulcra y muy medida de esas retículas o modulaciones geométricas en que sí que le identificamos.
El fondo brumoso del origen sólo puede ser percibido realmente a través de una malla rigurosa, exacta, de apariencia tranquila. Es una operación de síntesis, represión o sublimación, no queda claro; de reflejo imperfecto, no coincidente, en cualquier caso. Pero lo importante es que para que ocurra, todos los materiales que maneja el artista, físicos y simbólicos, han de desdoblarse siguiendo determinados ejes que atraviesan el sistema de representación, formando extrañas correspondencias “deformantes”. Joan Soler los traza con un nervio, una tensión disimulada, que sólo se revela a la mirada atenta cuando se demora sobre la cara visible de sus obras, en apariencia tan plácidas.
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