El arte de Op Tuvo Una Época dorada y popular. El Op Art tuvo una época dorada y popular. Durante un par de años a mediados los sesenta del siglo pasado vestidos de Quandt y Bates, el diseño gráfico e incluso el mobiliario ocuparon amplio espacio en las revistas e incluso diarios de todo el mundo. De pronto una geometría sobre todo rectilínea y de amplios planos de colores básicos parecía haber saltado de su papel secundario a un primer plano muy evidente. Aquella explosión que hizo popular el término Op Art pasó, transformada en colores psicodélicos y líneas sinuosas que, bien mirado, conducían el tema geométrico a otros lugares. Muchos años más tarde, en los 80, aquella estética popular sería retomada por los grupos de sea que nacieron en blanco y negro al calor del punk, Especial, Mandes, Selector, resumidos en el nombre de un sello emblemático: Two Tone.
Por debajo de todo ello existía y existe un arte que ya había salido a la calle muchos años antes con el Art Nouveau, la Bauhaus, De Stijl, los suprematismo y constructivismo soviéticos o incluso los Rotoreliefs de Marcel Duchamp. Una tradición puramente abstracta que investigaba otras formas de percepción más allá de las convenciones de la perspectiva lineal, del claroscuro, de la sucesión de planos… Una tradición que luego pasaría por artistas profesores como Josef Albers, un alemán de la Bauhaus cuya influencia en Estados Unidos resulta difícil de exagerar. Hasta llegar a una verdadera eclosión en el Reino Unido de la posguerra, donde nuevas generaciones de artistas y no artistas estaban ya hartas de no haber tenido una modernidad como es debido, dado que la suya se había desarrollado de forma autónoma y peculiar durante el eterno reinado de Victoria. Hoy no es fácil de imaginar, pero se trataba de una verdadera lucha cultural por introducir formas diferentes, despojadas de ganga decorativa neo-gótica o de los planteamientos casi luditas del Arts & Crafts.
El impulso para aquella primera abstracción geométrica y su posterior desarrollo contemporáneo no tuvo un origen unívoco. Y no estaba en lo absoluto centrada en lo formal, sino que surgía de consideraciones casi místicas como en los casos de Mondrian o de Malevich, revolucionarias como en los constructivistas/productivistas o integracionistas como en la ya de por sí heterogénea y funcionalista Bauhaus.
Este tipo de consideraciones se mantuvieron tras la II Guerra Mundial en la oleada general de la abstracción, entre ellas ese arte óptico que a veces se considera como un sub-grupo del arte cinético. Frente a lo psicológico del expresionismo abstracto, lo óptico se basaba en un factor muy habitual en el arte visual: el estudio de la percepción. Por supuesto, en cuanto se habla de percepción se está hablando de experiencia subjetiva y con ello en una rama del pensamiento, la fenomenología, desarrollada por numerosos filósofos desde el siglo XVIII y más recientemente por Maurice Merleau Ponty. Tampoco hay que estar necesariamente de acuerdo en el todo fenomenológico para coincidir en una verdad de Perogrullo: que las diferentes artes, incluso las más literarias, nos llegan por los sentidos.
Prácticamente todos los artistas de esa generación desde Victor Vassarely a Bridget Riley pasando por los hispanoamericanos Le Parc o Soto o en España José María Yturralde y otros colaboradores del Centro de Cálculo de la Complutense, han basado su trabajo precisamente en la percepción. Y no solo ellos, artistas como Barnett Newman, operando en amplios campos de color, estaba rechazando la necesidad de lo expresivo en el arte como una herencia burguesa, algo que debía ser negado.
Lo anterior es una especie de justificación de lo que en realidad no lo necesita. Pero sí es un alegato contra la acusación más habitual que recibe el arte óptico: ser decorativo. No es cosa de discutirlo porque, como ya dijo el conceptual Joseph Kosuth, “el arte es decoración cara”. Solo hay que pensarlo dos veces.
Y aquí es donde se engarza el trabajo de Cristina Ghetti. Describir unos cuadros a la vista no tendría más significación que superponerles una capa externa de percepción y de subjetividad, la de quien escribe. Una capa innecesaria y posiblemente distorsionadora. No es que las experiencias puedan ser aisladas de forma clínica. Cada uno se planta ante las artes con su estatura, su peso, su vida entera, un dolor de cabeza momentáneo o experiencias anteriores que pueden relacionarse con esta. Posiblemente alguien recuerde como en un flash un signo de barbero en América y otro se sienta transportado a un vórtice galáctico.
Cristina Ghetti mantiene viva una tradición que podrían llamarse trans-moderna, dado que sus rastros lejanos aparecen en las primeras civilizaciones y de una u otra forma se han mantenido a lo largo de los siglos. Y lo hace de forma contemporánea, sin ignorar en lo absoluto el mundo visual (y también sonoro) que la rodea, desarrollando líneas de trabajo en ese sentido que mantienen una coherencia con sus obras materialmente estáticas pero de lo más dinámico a nivel perceptivo.
Tal vez nunca mejor dicho: pasen y vean.
JM Costa