El recorrido vital y artístico de Simon Arrieta se ve truncado por la Guerra Civil, penales y batallones de trabajadores, la dictadura posterior, y por una muerte prematura con apenas 54 años, cuando aún no había llegado a su madurez artística.

La pintura de Arrieta está directamente vinculada a la época que le tocó vivir. Sin apenas despegarse del modo de entender el arte que le proporcionaba la sociedad vasca de entonces, cultivó lo próximo, realizando una obra cercana, generosa y popular. Sería difícil encasillar su pintura en un solo estilo, influenciado por los grandes maestros del pasado  como Velázquez o Manet, así como algunos artistas vascos de generaciones precedentes como Zuloaga o Arteta. Arrieta proporciona una síntesis entre una actitud tradicional y una asimilación de cierto espíritu moderno. Su pintura plantea una figuración con algunas libertades modernas, de la mano de la geometrización neocubista o de las sensaciones procedentes del impresionismo. Cercano a la obra de autores vascos como Olasagasti, o Zumalabe.

Simon Arrieta se afianza en la realización de retratos, reflejando una indagación psicológica, penetrante y aguda de las personas. Pintores que conocieron su técnica y su obra, así como aquellos que fueron retratados por él, apuntan que Simon Arrieta era capaz de captar el espíritu del que estaba posando y trasladarlo al lienzo.

En las obras de Simon Arrieta predomina la pintura figurativa. En cuanto a la técnica utilizada, cabe destacar la pintura al óleo y dibujos al carboncillo. Poseedor de una enorme habilidad en la representación, combinando una ejecución cuidada y armoniosa con otra espontánea y rápida. Presta especial atención a las modulaciones lumínicas y espaciales.

El gran mérito de Simón Arrieta, aparte de su valor pictórico, en sí muy importante, es el haber multiplicado esa afición. La cultura artística de Bergara y la interminable lista de artistas locales de las últimas décadas son fruto del tesón y transmisión del gusto por el arte al que contribuyó Arrieta.