En la obra de Alicia Bango confluyen, en equilibrio, razón y emoción. Hay geometría en el fondo, y ocultándola con cierta rotundidad, la mancha, el gesto y el color parecen querer dominarlo todo. En esa justa medida entre el orden y el caos, entre el control y la libertad, se mueve la actual obra de la artista.
Hay algo de serena sobriedad en su pintura que lleva a la contemplación y ensimismamiento, y es posible que ese “algo” se encuentre en su estructura de fondo, en su manera de construir, de establecer un andamiaje que se oculta tras la suave fluidez de la mancha, homogénea en su color y variada en el gesto. Lo cromático y formal no se fusionan, se simultanean, y hacen coincidir en el tiempo y en el espacio dos actitudes, la constructiva y la expresiva, y dos formas, la geométrica y la orgánica; a pesar de todo no compiten, se complementan, no son lenguajes extraños el uno con el otro y en un equilibrado pulso, a través de la artista como trasmisora de pensamientos y emociones, esa energía llega a nosotros.
Los cuadros son su propia prolongación, sus dípticos, trípticos y “portables” -pequeños formatos que “funcionan”, tanto individualmente como asociados entre sí, provocando nuevas obras, nuevas posibilidades- nos hablan de combinaciones, permutaciones que, como en una operación matemática, una composición musical o una danza contemporánea, plasman el valor que Alicia concede al proceso de gestación, al puro acto de crear.
Decía la artista norteamericana Helen Frankenthaler: “hay que dejar que la pintura te lleve a dónde te quiera llevar”. Es probable que en esta reflexión se encuentre la clave de un arte expresionista como el de nuestra autora. La esencia de su creación no está en doblegar ni en someter a capricho la técnica y el proceso, todo lo contrario, la artista se suma a ellos, sus ritmos y pulsiones quedan plasmados sobre las superficies, hay algo de rito y de alquimia aquí. Trabaja con acrílico sobre lienzo o sobre tela pegada a la tabla, el agua permite la fluidez de la mancha y la brocha la contundencia del gesto. Fruto de esa situación, son estos “paisajes interiores” que parecen activar los sustratos del alma.
Su mayor virtud creadora la hallamos al advertir cómo sus propuestas tienen la capacidad de transcender hasta nosotros, subyugando al espectador y haciendo que se sienta inmerso en una pintura vivida y vivible, buscando su complicidad; hay una continuidad fluida entre obra y obra, podemos modificar y combinar unas piezas con otras en un ilimitado ejercicio que va más allá de lo puramente estético, “sus portables”, son en sí, todo y fragmento, son uno y multitud, un grito y proclama colectiva. La unión de fragmentos le da solidez al conjunto, convirtiéndolo en obras capaces de contener en un instante toda la energía del mundo
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