Un artista puede ser cien vidas, mil personajes, un transeúnte.
Ana Montero es, entre otras posibilidades, lo que podríamos decir un caminante de ciudades.
En su trayecto, en la maleta que la acompaña ha ido recolectando pequeñas superficies, retazos, volúmenes, capas urbanas…, cual troceadora de poemas.
Con ese material, Montero trabaja o juega ensamblando aleatoriamente los fragmentos recortados, diseñando unos particulares recorridos de texturas y ángulos, despojados de presencias orgánicas, apenas visitados por algún minúsculo habitante.
Prácticamente todo se puede organizar en torno a la geometría y la racionalidad. El conjunto de la obra se convierte en un gran puzzle, donde los materiales industriales se ennoblecen y mimetizan, transformándose en las manos de la artista en un gran conjuro existencial contra el vacío.
Para Ana Montero, el tórculo es una prolongación de su fuero interno, de su proyección más íntima, y lo demás todo es un juego, un canto a la geometría, un relicario de atmósferas que están por vivir.
En definitiva, si ponemos atención, podremos escuchar a sus piezas declarando sobre su creadora: “No soy lo que soy, soy lo que hago con mis manos”, como decía la gran Bourgeois.
Marta López.
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