Adolfo Bartholomé ha mantenido incólume su potencia creadora, apuntalada por un inmarchitable afán investigador, que lo ha convertido al día de hoy en uno de los artistas decanos del arte asturiano con mayor fuste y solvencia.
La presente exposición, centrada en el universo pictórico del artista, ofrece al público un compendio de piezas representativas de su trayectoria. De filiación figurativa y naturaleza háptica, las expresiones del citado medio estuvieron caracterizadas en sus etapas iniciales por un lenguaje de marcado rigor volumétrico y fuerte plasticidad que, entrados los años 1970, derivó hacia formulaciones más fluidas y dinámicas.
Ese universo, que podríamos inscribir dentro del realismo mágico, presenta, grosso modo, dos grandes constelaciones: de una parte, una pintura de ascendencia goyesca y orientación social, que recoge de manera crítica la problemática de la condición humana; y de otra, un amplio abanico de ensoñadoras recreaciones del mundo natural. La primera, resuelta a través de expresivas e inquietantes iconografías,
recibe, por ejemplo, determinados recuerdos de las víctimas de la Guerra civil española y de la subsiguiente postguerra, al igual que diversas representaciones de lacras y angustias asociadas al devenir de la sociedad contemporánea, como pueden ser la alineación, la incomunicación o la perversión. La segunda, más lírica, hunde sus raíces en la tradición romántico-expresionista del norte, y tiene en el bosque atlántico, generalmente otoñal y crepuscular, su gran motivo conductor. Un bosque que, en su peculiar rítmica, se nos presenta a menudo como un gran sistema orgánico.
Adolfo Bartolomé García, Bartholomé para el arte (Gijón, 1938), es un grabador de primer nivel y un pintor de largo prestigio que fue profesor de Bellas Artes en Madrid. Su tenacidad en los años cincuenta, sus premios, becas y calificaciones en los sesenta y su proyección en los setenta dieron paso a décadas de más discreción. El artista dejó las capitales europeas para vivir entre León y Cesa, una aldea de Nava. Contento con su trayectoria artística y de trabajo —pintar mucho, y mucho cada cuadro— aún así no le parece serio exponer todos los años, lo que a veces conlleva un cierto olvido o a preguntarse qué será de su persona y de su obra.
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